jueves, 15 de febrero de 2018

Las dos superlunas de 2018


A los astrónomos amateur nos gusta ver el cosmos como una inmensa prolongación de la naturaleza, como un todo del que formamos parte. En este sentido, aunque siempre resulta un placer contemplar las maravillas del espacio de manera aislada, a través del ocular telescópico, no lo es menos contemplarlas integradas en el paisaje, cuando se pueden apreciar en perfecta comunión los orbes terrestre y celeste, lo que resulta especialmente atractivo en el caso de objetos como el Sol, la Luna y cómo no, la Vía Láctea, nuestra galaxia.Para deleitarse con la última, necesitamos cielos muy oscuros que no siempre tenemos la fortuna de poder visitar. Sin embargo, el Sol y la Luna solo requieren de nuestra atención y la ausencia de nubes para ofrecernos su espectáculo.

Al contrario que las salidas y puestas del Sol, las salidas de la Luna en su fase llena son un espectáculo fabuloso que mucha gente no ha contemplado nunca de manera activa. Asociados al crepúsculo vespertino, se producen cambios de luz, color y olor que dotan de una especial intensidad al paisaje. Ver el disco lunar emergiendo tras el horizonte es realmente encantador y más si se puede integrar en un bello escenario. No digamos si la Luna se ve algo más grande por su mayor proximidad a la Tierra, como ocurre cuando empleamos el término superluna.

Hoy en día, aplicaciones como Photopills permiten, con dedicación, planear adecuadamente posibles ubicaciones donde situarse para admirar el fenómeno. Conseguir una buena fotografía del paisaje es la guinda del pastel, un bonito registro del instante o, dicho de otro modo, un buen pretexto para salir ahí fuera y maravillarse con los dones que la naturaleza nos regala. 

En este caso, las fotos tomadas son de las dos superlunas de 2018. La primera, del 2 de enero en la playa de Canet de Berenguer, aprovechando el faro del espigón del puerto deportivo y el reflejo lunar sobre el mar para componer la imagen. La segunda, del 31 de enero, integrando al satélite en las luces del Castillo de Cullera, como si el calvario nos invitara a alcanzar el dorado disco. Un auténtico placer para los sentidos y un bello recuerdo más que atesorar.